sábado, 3 de septiembre de 2011

La búsqueda de la felicidad

INSTITUCIÓN EDUCATIVA JESÚS MAESTRO SUEÑOS & OPORTUNIDADES.
10º02
AIDETH MARIA ATENCIA GONZALES
ALEXANDER WILCHES
03 DE SEPTIEMBRE DEL 2011


LA BÚSQUEDA DE LA FELICIDAD.


Leo, en el suplemento Artes y Letras de algún “El Mercurio”, una cita de Freud: “En su libro “El Malestar de la Cultura”, cuyo tema es el de la imposibilidad de la felicidad humana, empieza preguntándose: “¿Qué fines y propósitos de vida expresan los hombres en su propia conducta; qué esperan de la vida, qué pretenden alcanzar en ella?” y se contesta: “Es difícil equivocar la respuesta: aspiran a la felicidad, quieren llegar a ser felices, no quieren dejar de serlo”. Estoy seguro que ustedes concuerdan con esa afirmación aunque no les agrade la conclusión, en el sentido que la felicidad es imposible, a la que él llegó.
De cualquier forma y sin duda alguna, felicidad es la palabra que mejor parece resumir lo que más deseamos para nosotros y también para los demás; para los demás porque la felicidad propia no parece completa ni posible en medio de la desgracia ajena, en especial cuando afecta a los que más queremos; para nosotros porque, cuando la poseemos, se instala en nuestra mente una sensación tan grata, que la desearíamos permanente.
¿Pero qué es la felicidad y de qué depende?; ¿es posible buscarla o simplemente es algo que se encuentra?; ¿existe la posibilidad de alcanzarla o, como afirma Freud, es una utopía?. Bien probable es que usted ya se haya hecho esas preguntas pero también es probable que no tenga aún respuestas que lo satisfagan; no se intranquilice, esa dificultad es normal, especialmente por tratarse de una cuestión esencial; además, a ello debe contribuir, incluso, la actitud de nuestra propia mente, la cual, anticipándose a lo arduo de la tarea, evita indagar, dejando, así, en la bruma o en aquel terreno que sólo los años abonan, la guía para resolver esas cuestiones que tanto bien haría tener claras cuando jóvenes, cuando podrían influir con ventajas para dar el mejor sentido a nuestras vidas y también para señalar, con la mejor luz, esa senda que, según Antonio Machado, nunca se vuelve a pisar (* 1)
Para comenzar a ordenar las ideas al respecto, recurriremos a un conocido adagio, fruto de la filosofía popular que, con su sintética sabiduría destilada durante siglos, es capaz de resumir en pocas palabras lo que se podría desarrollar en todo un libro; de seguro recuerda usted que:
Felicidad = Salud + Dinero + Amor.
Simpática tríada, muy recordada en cada final de año porque parece expresar completamente lo que más se desea. Desafortunadamente, esta ecuación es tan parca que, para extraer todo lo que ella encierra, se requiere de una larga tarea de análisis, que bien pudiera llenar el libro que pretende resumir. Curiosa esta tendencia de la mente a ser tan mínima en la expresión de lo importante y curioso también que hasta los diccionarios sean tan escuetos y estrechos en la definición de un término que pareciera ser tan esencial; le doy un ejemplo, tomado del diccionario RAE, vigésima segunda edición, para que juzgue por usted mismo:
Felicidad: Estado del ánimo que se satisface en la posesión de un bien.
El estado de ánimo referido se conoce como de necesidad o de sufrimiento y da origen al deseo de satisfacerlo o anularlo.
Con referencias como las anteriores, es casi natural que la mayoría de las personas esté convencida de la asociación dinero-felicidad, a pesar que la experiencia comprueba que el asunto no es tan simple y que el mal enfoque de esa opción conduce, con frecuencia, al estado de ánimo opuesto. Poner las cosas en su justo lugar es inevitablemente más complejo de lo que parece y, aunque mi deseo sea el de no complicar innecesariamente el análisis de este tema, será imprescindible comenzar por aclarar algunos conceptos relacionados con el objetivo que nos hemos propuesto. En todo caso, antes de hacerlo, probemos, para continuar, con este otro punto de vista:
He visto definir a la salud como el estado físico que se disfruta cuando el cuerpo está en silencio; eso suena bonito y, aún cuando no es exactamente correcto, nos permite decir, análogamente, que la felicidad sería, entonces, el estado de ánimo que se experimenta cuando la mente está en silencio. Dado que el silencio de la mente es sólo posible mediando también el silencio del cuerpo, la felicidad sería entonces la más clara manifestación de una salud integral, es decir, de una salud de cuerpo y de mente ¡y eso suena más bonito todavía! pero aún es insuficiente para iniciar con éxito la búsqueda que pretendemos. Afortunadamente, imprecisa y todo, esa definición facilita la visualización de las ideas adecuadas para avanzar en la ruta que nos hemos propuesto. Agreguemos pues, considerando que el silencio del cuerpo y de la mente sólo tiene lugar cuando no se experimenta necesidades ni sufrimientos, que la felicidad debiera corresponder a ese estado de paz y de bienestar que se manifiesta cuando aquellos no existen, o cuando existe, al menos, un razonable equilibrio entre ellos y su satisfacción. Esta es, me parece, una aproximación bastante mejor pero que hace obligatorio examinar, con algún detenimiento, lo relativo a los estados de necesidad y de sufrimiento, al igual que los procesos que permiten sus satisfacciones y que dan origen a otras consecuencias relacionadas. Prosigamos, entonces, por allí.
2.- Del origen de las necesidades, sufrimientos y placeres.
Exploremos las causas de las necesidades y sufrimientos que nos afectan y las consecuencias de su control y extinción.
Muy cierto parece afirmar que los inquietantes y a veces desagradables estados de necesidad o de dolor tienen tres orígenes espaciales distintos: el medio ambiente, los demás seres humanos y el propio cuerpo.
El mundo, o medio ambiente, nos impone las consecuencias de los fenómenos y desastres naturales, del frío y del calor, de las agresiones de otros seres vivos , entre otras.
Las demás personas, que en rigor también forman parte de nuestro medio ambiente, nos pueden agredir, física y psicológicamente y además reflejar sobre nuestras mentes, sus propias necesidades y sufrimientos, con todos las consecuencias negativas y positivas que ello conlleva.
Nuestro cuerpo nos hace cargar con sus necesidades básicas, con las consecuencia de sus defectos, de sus limitaciones, de las enfermedades que lo aquejan y de los problemas derivados de su envejecimiento, entre tantos otros sufrimientos, necesidades y angustias de toda índole, en particular espirituales, que sería imposible enumerarlas todas.
Con el fin de visualizar mejor las causas que estos factores tienen, su importancia y sus soluciones, intentaremos otra clasificación, comenzando por separar las necesidades en físicas y en mentales (o espirituales) a pesar que todas, en último término, se perciben en el cerebro. Así, las netamente físicas son aquellas provocados por el procesamiento automático de las señales recogidas por los sensores orgánicos, los cuales, tras su interacción con el medio ambiente que envuelve al cuerpo y a sus constituyentes, informan al cerebro acerca de ellas y generan la correspondiente necesidad o dolor, lo cual da origen al deseo de anularlo. Los sufrimientos mentales, o espirituales, son originados por el procesamiento consciente de la información captada por dichos sensores y/o por el procesamiento, consciente o subconsciente, de la información extraída de la memoria.
Nótese, además, que el procesamiento de la información por parte del cerebro y la existencia de la memoria, les asigna a los estados mentales de necesidad, un origen temporal diferente porque, a pesar que la mayoría de ellos tiene su génesis en las vivencias del presente, muchos provienen de las experiencias psíquico-sensoriales del pasado, mientras que otros, de aquellas que el sujeto imagina que podrían llegar a tener lugar en el futuro. Por una parte, los recuerdos, causados por la activación de la memoria, hacen revivir la sensación provocada por los dolores directamente experimentados, o por aquellos que se reflejaron sobre nosotros, tras haber afectado a otros seres y, por otra, la adquisición de conciencia sobre aquellos dolores que hemos causado en otros seres o, simplemente, sobre acciones intrínsecamente incorrectas que realizamos en el pasado, se traducen en los sentimientos de pesar, rencor y remordimiento. Adicionalmente, el procesamiento intelectual, con su característica capacidad de permitir una compleja proyección del ego hacia el futuro, puede provocar también los sufrimientos denominados angustia y ansiedad. La angustia es la inquietud generada por los sufrimientos o problemas que se supone podrían acaecer, a uno mismo o a otros, mientras que la ansiedad, muy relacionada con la inquietud anterior, es la expectación por constatar si lo que se imagina, bueno o malo, ocurrirá en realidad. La angustia y la ansiedad son sufrimientos muy significativos en la especie humana pero no exclusivos de ella, en especial la segunda.
Sabemos, por otra parte, que las necesidades y dolores se manifiestan en muy diversas formas y grados, desde una picazón en la espalda hasta el dolor paroxístico que acompaña a ciertas enfermedades; desde una simple inconfortabilidad hasta la verdadera desesperación que lleva al suicidio; desde la casi agradable sensación de hambre que precede al almuerzo, hasta el dolor y desesperación de aquel que se ve obligado a no comer durante varios días; sabemos también que todas crean, en el cuerpo y por supuesto en esa percepción de él que es la mente, una mayor o menor intranquilidad que hace imposible experimentar, en plenitud, ese agradable y pacífico estado de ánimo que hemos identificado con la felicidad.
Continuando con el intento de clasificación de las necesidades y sufrimientos y para precisar mejor la forma en la que las que ellos condicionan nuestro proceder, recordaremos aquella propuesta por A. H. Maslow, en 1968, la cual afirma que la conducta de un ser humano queda determinada por la siguiente regla: la necesidad más fuerte que acucie a un sujeto, de entre las que siguen, en orden descendente, establece sus pautas de conducta: 1) Necesidades fisiológicas; 2) Necesidad de salvaguardar la existencia propia; 3) Necesidad de crear vínculos personales; 4) Necesidad de auto-estima y 5) Necesidad de auto-realización o de satisfacción personal.
Sin duda que el primer gran grupo de necesidades, cuya satisfacción es obligada en todos los seres vivos, es el constituido por las llamadas básicas o fisiológicas y que corresponden a las que les son impuestas por el buen funcionamiento del cuerpo y de la mente. Entre las de este tipo y que muy claramente compartimos con los otros seres vivos, están: respirar, alimentarnos, excretar, contar con un territorio y vivienda, sentirnos libres, realizar una adecuada actividad física, reproducirnos, jugar, defendernos de las agresiones, eludir las amenazas, adaptarnos a las variaciones que sufren los parámetros del medio ambiente que nos rodea, etc. Luego, dentro de la misma categoría, se puede mencionar a las necesidades intelectuales fundamentales, que son mayormente exclusivas de nuestra especie y que nos caracterizan: necesidad de pensar, de amar y de ser amado, de creer, de aprender, de idear, de entretenerse, de disfrutar de la música, de comunicarse y, tantas otras, que sería interminable su enumeración detallada.
La obligación de satisfacer estas necesidades básicas es el principal tributo que se paga por el privilegio de vivir. La salud del cuerpo y de la mente está condicionada por una oportuna y adecuada satisfacción de ellas, aunque no menos importante sea, también, el efecto de las enfermedades, físicas o psíquicas que nos puedan afectar y las consecuencias de las posibles lesiones que suframos, accidentales o provocadas. A través de la satisfacción adecuada y oportuna de ellas, por medio de la prevención y el control de los riesgos físicos a los que estamos expuestos, aumentamos la probabilidad de gozar, continua y por largo tiempo, de una buena salud física y mental, uno de los factores claves en la tríada con la que casi partimos en este escrito.(*2)
Si nuestra salud es buena y las necesidades básicas están satisfechas, el cuerpo está en silencio y sólo lo que ocurre adicionalmente en nuestra mente puede alterar la sensación de paz que se requiere, como base, para la felicidad; este aspecto nos diferencia de los animales, quienes no necesitan, al igual que nosotros, de una satisfacción adicional, tan acentuada, de las necesidades de origen mental aunque igual requieren de crear vínculos con otros miembros de su especie y con los humanos, a los cuales pudiesen servir de mascotas y también requieren del refuerzo de su autoestima, a través del establecimiento de jerarquías dentro del grupo social al que pertenecen y del reconocimiento de sus amos, cuando corresponde.
Sin duda alguna, buena parte de las necesidades y sufrimientos experimentados por los seres humanos tiene sus raíces en sus propias mentes y, todas ellas, impulsan las actividades de búsqueda, adquisición, memorización, procesamiento y diseminación de información; estas funciones, que si bien son realizadas también por todas las demás estructuras materiales, se manifiestan con extraordinaria claridad e intensidad en el ser humano, al punto que, aún después de satisfechas las necesidades básicas del cuerpo, la mente sigue en continua efervescencia, generando ideas y evolución intelectual que, tarde o temprano, buscarán traducirse en acciones para lograr su comprobación a través de obras en el mundo externo; es a través de estas realizaciones que se produce la realimentación necesaria para el perfeccionamiento de los conceptos y de las obras a las ellos dieron lugar, proceso que constituye lo que se denomina aprendizaje. Al igual que con la satisfacción de otras necesidades, las acciones gatilladas por la actividad intelectual, por la constatación de la coherencia entre ellas y del resultado obtenido, provoca placer y la paz transitoria que le sigue, felicidad. Sin embargo, si la coherencia mencionada no es alta, es decir, si las cosas no resultan como la mente esperaba, no hay satisfacción de la necesidad intelectual y el placer es conseguido a medias o reemplazado por ese dolor difuso que llamamos frustración; las ideas erróneas o incompletas, las acciones equivocadas, o sólo aproximadamente correctas, están en su origen.
A la frustración puede agregarse, además, el dolor que nos podría imponer la inesperada reacción de las personas con las que debemos sostener inevitables relaciones; las causas usuales de los enfrentamientos de este tipo se encuentran en el equivocado actuar, consciente o inconsciente, de una o ambas partes, o en la errónea comprensión de nuestras acciones por parte de los demás.
El quinto grupo de necesidades, el que Maslow denomina “de satisfacción personal” y que yo designo como “de necesidades derivadas del Proyecto de Vida de cada cual”, es el que desarrolla la mayoría de las necesidades y sufrimientos de tipo mental, pudiendo adquirir, en ciertos individuos, una intensidad tal que puede apagar o controlar, en gran medida, a buena parte de las necesidades pertenecientes a los cuatro primeros, convirtiéndose, así, en el factor de dominio primordial de su comportamiento. Es la actividad para desarrollar este punto la que nos diferencia claramente del resto de los animales, quienes sólo llegan a elaborar proyectos de vida básicos y de muy corto plazo, y es también la que da origen al mayor volumen de necesidades y de sufrimientos. Los Proyectos de Vida tienen que ver con lo que los seres esperan poder realizar en el futuro y con lo que realizan hoy para conseguirlo; tienen que ver, entonces, con la forma en la cual ellos se ven a corto, mediano y largo plazo, y también con las tácticas, estrategias y acciones que elaboran y realizan, para poder convertir aquella imagen en realidad. Es en función de los objetivos a conseguir que los seres humanos, algunos más que otros, pueden hacer grandes sacrificios en el tiempo presente y en el corto plazo, con el propósito de avanzar en pos de sus proyectos personales.
En todo caso, parece ser la consecución de logros parciales, concordantes con las ideas que dieron origen al actuar y conducentes al todo, lo que domina la posibilidad de experimentar felicidad en nosotros y lo que explica, en parte, la gran diversidad de acciones que se realiza y de caminos que se sigue, muchas veces contrapuestos, en pos de sentirse “realizado personalmente”. (* 3)
En cuanto a los dolores, esos gritos del cuerpo o de la mente enfrentados a necesidades extremas, que compartimos más acusadamente que las anteriores con los otros miembros del Reino Animal, pueden, si son intensos, acallar completamente a toda la lista mencionada y convertirse en los dueños del comportamiento de cualquier ser.
Resumamos y complementemos, antes de continuar, lo revisado hasta ahora:
El análisis del comportamiento de los seres vivos, lleva a concluir que toda necesidad o sufrimiento desencadena el deseo consciente o inconsciente de actuar para suprimirlo; toda acción es gatillada por alguna necesidad.Por su parte, la forma de actuar es determinada por el conocimiento y su resultado o consecuencia, por las posibilidades de ponerlo en ejecución y por lo completo y correcto de él.
Note que el conocimiento, que puede ser adquirido genética, experimental o teóricamente, se define aquí como aquello que permite que algo sea hecho de acuerdo a la idea, consciente o inconsciente, que dio origen al deseo de actuar.
La magnitud de la diferencia entre lo proyectado y el resultado obtenido determina el grado de frustración que la realización de toda acción genera.
Frustración es el nombre que recibe el tipo de sufrimiento mental que se experimenta cuando el resultado de una acción no es el esperado por aquel que la ejecuta.
Insistamos en que, solamente tras la anulación de un dolor o necesidad puede sobrevenir ese estado de paz interna, de paz de cuerpo y de alma, que corresponde a la felicidad. Insistamos, también, en que ella será tanto más apreciada, cuanto mayor haya sido el estado de angustia o necesidad precedente y tanto más duradera e intensa, cuanto más perfecto haya sido el proceso de extinción de ese dolor o necesidad; obsérvese que de la perfección mencionada depende que no se provoque, con la realización de la acción o conjunto de acciones que conforman ese proceso, otras necesidades o sufrimientos no esperados e incluso mayores que el suprimido; véase pues que la perfección de ese proceso de extinción condiciona la magnitud de la frustración que siempre corre el riesgo de experimentar la mente de quien lo lleva a cabo.
La sensación-premio que la naturaleza instituyó para los seres que realizan la acción o secuencia de acciones correctas, conducentes a la extinción de un dolor o necesidad y a la subsecuente felicidad, corresponde a lo que sentimos y definimos como placer, constatándose que él es tanto más intenso cuanto mayor es la necesidad experimentada y cuanto más rápido ella ha sido extinguida.
Inútil es, entonces, buscar el placer, sí es que previamente no existe o no se desarrolla y, mejor aún, se exacerba, un determinado estado de necesidad o sufrimiento, que sea posible extinguir y que se sepa cómo hacerlo.Tras la anulación de la necesidad o sufrimiento y la experimentación de la sensación de placer o alivio, sobreviene la transitoria sensación de paz y tranquilidad que asociamos a la felicidad.
Aparentemente paradójico es el hecho que, siendo la felicidad perpetua lo que más anhelamos para nuestras vidas, si llegásemos a conseguirla en esa forma, pronto no sería reconocida como tal, pues la percepción de cualquier aspecto de nuestra realidad sólo puede serlo a través de los contrastes que ella misma ofrece; así ocurre con la audición, con la visión, con el tacto y también, de igual forma, con la paz del alma y del cuerpo que llamamos felicidad.




¡¡La felicidad es sólo apreciada porque precede o sucede a la inquietud o dolor que caracteriza a los estados de necesidad o sufrimiento que la impiden.
Note también, en concordancia con lo anterior, que es poco aconsejable buscar la felicidad sin reflexionar cuidadosamente en cómo se lo hará, pues al realizar actos erróneos en su búsqueda, se corre el riesgo cierto de sustituir el dolor o necesidad que se deseaba suprimir, por otro, incluso mayor, alejándose así la posibilidad de ese tan deseado estado del alma!!.



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